Imagino en un futuro una creación compartida, donde nuestras ideas fluyan libremente generando nuevas ideas, donde no haya límites a las puertas del pensamiento ni la imaginación, donde todos juntos creemos una gran historia, muchas grandes historias, un gran mundo. Un mundo donde las historias se entrecruzan, y un taxi deja un personaje para recoger a otro, y tres historias quedan conectadas por la bajada de bandera y el hedor del puro del taxista.
Donde un niño que mira triste por la ventana, ve asesinatos en su barrio marginal, y el asesino mira hacia arriba y ve los ojos tristes de un niño solitario. Es un testigo, pero en la oscuridad de la noche y el frio calor inhumano de ese barrio, los testigos no hablan, callan porque saben que en el fondo, los asesinos son sus amigos, son de los suyos, y son los extraños los que están fuera de lugar. Y a la misma hora, un niño recién nacido queda huerfano en la otra parte de la ciudad.
Una cosa es escribir una historia. Otra cosa muy distinta es escribir hilos que tejan un tapiz que nos cuenten todas las historias de un mundo.
Algunos seguirán encerrados en su despacho, con su máquina de escribir escupiendo negra tinta sobre papel, encerrados en tecnología unos otros, celosos de sus palabras, de sus ideas, dando pasos cautelosos buscando alguien que los eleve el Olimpo de los escritores, donde disfrutar de fama, dinero y poder. Miles de personas se agolparán a las puertas de una libreria en una suntuosa ciudad, anhelando un autografo de su celebridad favorita.
Otros sin embargo, estamos desnudos, en teatros vacios, gritando a los cuatro vientos nuestras historias. Cada uno de nosotros, sólos, buscando quien nos oiga, quien grite con nosotros.
Y cuando casi nos hemos cansado de gritar, alguien abre la puerta del teatro y se dirige al escenario. Empieza a gritar y la sensación que nos invade nos pone los vellos de punta. Ya no estamos solos.
Dentro de poco, nuestros gritos no dejarán oir el insolente estruendo con que nos despierta cada mañana aquellos que hoy, se llaman cultura. Aquellos que protejen los libros con sumo celo, las canciones, las obras, las historias, la creación.
El fuego del ser humano, aquel donde se cuentan historias que pasan de generación en generación, de pueblo en pueblo, aún está encendido, no dejes que lo apaguen.
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